Ni en 100 años

Me preñabas la luna y me vestías de luz.
Aún recuerdo tus mañanas en mi espalda donde tus dedos, caminantes de ilusiones, cazaban absortos trazos de mi piel, estrechas fraguas de miel errante bajo el condominio de una palabra.
Susurros silentes menguantes bajo una mirada púrpura. Cafés de plata que abrían los ojos cien años, y mientras tanto, a sus anchas corría el sol por el cielo radiante, mezcolanza de otros tiempos, la tierra inerte dejaba, manzana mordida sin freno, que no reparaba en ganas.
Y yo comiendo mi anhelo, a veces te abrazaba sin duelo, sin tormenta en el tejado ni huracanes ni vientos, solamente esa dulce brisa que me bañaba el cuerpo, siendo la fiel delicia, de las mil caricias que me inspiraste desde entonces.
Y aún ahora, bajo el desastre, como cada día en la que mi ida se hizo tarde, aún te recuerdo hermosa, porque ni en cien años podrán mis ojos ver tanto amor como el que que vi en los tuyos cuando me mirabas, ni lo he visto ni lo veré en nadie, porque nadie me quiso como tu y hasta hoy lo he comprobado, y que el cuento acabado no se terminó aquí, sino en la tarde gris en la que rota el alma, me viste partir...

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