Derrocados ángeles insomnes

Y se pintó de colores la cara para desdibujar las palabras, las que callaba para no dar tormentas, para mantener la calma, para no arrastrar al infierno sus entrañas.

Y en el ocaso, cuando baja el sol a beber de las montañas, se escuchan ruidos, albores de albas y rugidos que la fiel nostalgia endereza, versa y adula, con dulces mentiras teñidas de azul. Y alli, postrada, en infinito duelo melancólico, trae al viento sus palabras, derrocados ángeles insomnes despliegan sus alas cuando la miran, y bajan del cielo a besarla el llanto.

Ella mira, y en su canto se ríe, persiste buscando aquel histriónico deseo, camina de espaldas sin saber bien donde pisa y se recrea en las sonrisas indelebles al borrado del tiempo.

Fué en aquel momento, aderezado de pasión y credo, fué en la tenue multitud que rodeaba sus días, aquellos donde los pensamientos en su piel y cuerpo mezclados en su voz, ahora callada, fué ahi, cuando se dió cuenta de que faltaba algo...besaba su boca el aire que recogía costosa, barría el suelo del valle, cosía y maldecía su alma, y a cada instante, a cada instante le soñaba, buscándose, buscándola, pintando el cielo de rojo en aquellas mañanas blancas, vistiendo el otoño de palabras al arropo de mantas, besándola y abrazándola tan fuerte que dolía, remontando pasiones, reparando heridas, pero él...él ya no estaba, no podía, porque su odio era ira, y su ira malgastada maldecía, paso a paso, día a día, todo lo que él, en cierto momento, de palabra, obra y pensamiento, hizo parte de su vida, y a pesar que la quería, era tal el dolor, que preferia morir cien veces solo que matarse una por amor...

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